La sombra de su cuerpo se hacía imperceptible ante tanto movimiento. Su pelo
parecía enredado en un tornado de viento mientras sus manos se hundían bajo el
calor de la alegría. Todo lo que en aquel momento recorría su mente era bueno.
No había ni un ápice de maldad, de rencor, ni siquiera de tristeza. Todo se
basaba en seguir ese vaivén hasta estallar y, luego, descansar. Hacer de la cama
el paraíso, hacer de su soledad un lugar para dos.
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